Agosto

Encima de mí las estrellas caen sobre el horizonte como lágrimas. Debajo de mí está mi mano y debajo de mi mano la hierba y los rastrojos y la arena. A mi lado está Javi, los dos callados todavía. No muy lejos deben de estar Dani y Albert porque les oigo respirar.

El coche pasa.

Debería pedir un deseo: el deseo. Llegar al pueblo como sea, a la hora que sea y aunque todo esté cerrado. Que lleguemos los seis y volvamos como héroes.

Estos quieren emborracharse y ligar. A mí me apetece emborracharme y ligar, claro que sí. Pero sobre todo quiero llegar al pueblo para poder volver y que Pilar me vea. Quiero que Pilar me mire cuando entre de vuelta en el campamento, de mañana, ojeroso, mientras todos los monitores se abalanzan sobre nosotros y nos echan la bronca y nos expulsan. Quiero verla y quiero verlo a él, que ni siquiera se ha atrevido a venirse con nosotros.

Prefiero no hablar de él, me pondría nervioso.

El ruido del motor todavía se oye a lo lejos y cuando desaparece por fin y lo único que queda es un foco iluminando el camino arriba, me levanto.

- ¡Numeración!
- Uno
- Cuatro
- Tres
- Dos
- Cinco

El seis soy yo, ya estamos todos, así que seguimos cuesta abajo por la carretera pateando piedras a oscuras y fantaseando... ¿Habrán llegado ya los del primer grupo?, ¿nos habrán descubierto los monitores? Siempre van en un Nissan blanco, ¿será el Nissan ese coche que no deja de cruzar en una dirección y otra obligándonos a escondernos entre la maleza?, ¿serán decenas de coches distintos subiendo y bajando de San Martín de Valdeiglesias al Pantano de San Juan?

Qué más da.

Y es que para ellos ha tenido que ser un papelón. Medio campamento escapado, qué desastre. Se les ocurrió programar una actividad nocturna. Había que ver nuestras caras cuando nos lo anunciaron, cómo nos mirábamos unos a otros con media sonrisa en la boca. La oportunidad que estábamos esperando, sin necesidad de robar las bicis ni de escapar de madrugada. Se hicieron grupos de ocho, había que ir resolviendo misterios y encontrando monitores, una especie de "rastreo". Nos fuimos separando de dos en dos. A las 10, los grupos empezaban a buscar con ocho acampados, a las 10,30 ya eran seis -de noche, esas cosas no se notan tanto- , a las 11 ya eran cuatro. Eso, por narices, sí se ha tenido que notar... por narices, tienen que estar buscándonos.

Hay una avanzadilla que debería de haber llegado ya al pueblo: son los que salieron media hora antes que nosotros. No sabemos nada de ellos, no hay señales. Quizás les hayan encontrado, y por eso nos están buscando. Quizás no nos estén buscando, aunque me parece muy improbable.

El foco de la linterna tiene que apuntar hacia abajo para que no se vea de lejos, eso le he dicho a Albert. Los demás prácticamente no vemos nada, sólo lo que la luz de la luna nos permite, así que el camino consiste en seguir al de delante y confiar. No han pasado ni trescientos metros cuando Albert se vuelve:

- Se están acabando las pilas.
- ¿Qué?
- Se están acabando las pilas. Ya no se ve casi nada.
- No me jodas.
- ¿Y qué vamos a hacer?
- Andar a ciegas, da igual, basta con seguir la carretera, no tiene mucho misterio.
- ¡Pero están de obras! Hay agujeros por todas partes...

Vuelven las luces y el motor lejano.

- ¡Nissan!
- ¡Al campo!

Encima de mí otra vez las estrellas y en medio el silencio. El coche que pasa cada vez más despacio y parece que se va a parar pero sigue.

- Tiene que ser su coche.
- Eso lo dices porque estás sugestionado.
- No tenemos linterna, dice Javi.
- ¿Y?
- No nos vamos a volver ahora, dice Dani.
- Era su coche, estoy seguro, era un Nissan blanco.
- Yo creo que no era blanco, dice Albert.
- ¿Qué hacemos?

Yo ya he pedido mi deseo. La noche, de alguna manera inesperada, se me empieza a hacer un poco larga.

- ¿Qué hacemos?, dice Antonio.

Me está mirando a mí y pronto me doy cuenta de que todos están dispuestos a aceptar que sea yo el que decida. Me incorporo y empiezo a quitar las hojas de pino clavadas a mi jersey:

-¿Creéis que la gente seguirá despierta?

Enero
Febrero
Marzo
Abril
Mayo
Junio
Julio