Mayo

Se acerca lentamente y empieza a dar vueltas por entre las piernas de Elena, olisqueando el bajo del pantalón, despistándose un momento para arrimarse a la pared y volver otra vez, jugando con los cordones de sus zapatillas mientras yo le hago cosquillas en la cabeza hasta que acaba tumbado en el suelo con las patas hacia arriba y haciéndose el mimoso.

- ¿Ya no te dan miedo, verdad?- le pregunto a Elena.
- No, ya no. O no tanto. Este por lo menos, no.
- Este no te puede dar miedo. Fíjate, es blanco... ¡Ven aquí, Ramón!
- No te va a hacer caso, no se llama Ramón.
Sí me hace caso y vuelve y se pone a brincar para intentar morderme la mano mientras ladra.

- Claro que sí. Todos los perros son ramones. De hecho, todos los animales son ramones excepto algunos.
- ¿Ah sí?... qué interesante... ¿por ejemplo?
- Cualquier animal más pequeño que Ramón y eso que Ramón es bastante pequeño. Bueno... no sé... un conejo es más pequeño que Ramón y en cierto modo un conejo también es un ramón. Digamos que cualquier animal que Ramón no se comería...
Y al acabar de decir esto me siento ridículo.

- Ya…
Se levanta de un salto como una rana y se va tras oír un silbido.

Intento coger a Elena de la mano pero se suelta enseguida y seguimos un buen rato sin hablar. Entramos en la farmacia y, cuando salimos, ella sigue callada, con las gafas de sol puestas y pasándose la mano por la nariz de vez en cuando.

- ¿Qué te pasa?
- ¿Por qué siempre tienes que hablar de Blanca?
- Yo no he hablado de Blanca
- ¿Por qué tiene que estar siempre ahí? ¿por qué no la olvidas o vuelves con ella o le escribes un libro o yo qué sé?
- Nunca hablo de Blanca. Casi nunca.
- El perro ese.
- Sí, me gusta acordarme de Ramón, vale, pero eso no tiene importancia, porque Ramón estaba enfermo y algún día se morirá. O a lo mejor se ha muerto ya y todo. No sé.
- Vale, vale, mejor cállate, de verdad, cállate. Vamos a casa y acabemos con esto de una vez.

Tiene razón, lo mejor es que me calle. Es lo que les gusta: discutir todo el rato y por tonterías, como si bastara con no hacer ni caso y no contestar o estar callado y misterioso para conseguir algo con ellas. Cuanto peor, mejor. Cuanta más distancia, más se acercan.

Lo mejor es que me calle y que llueva de una vez y el dichoso polen deje de intentar colarse por todos lados y pueda pensar mejor lo que digo y no meta más la pata. Sí, lo mejor es que me calle.
Lo mejor.
Y que llueva.

- ¿Y si...?
- Da igual, prefiero no pensarlo. No ahora, prefiero no pensarlo
- Habrá que pensarlo, Elena
- ¿Qué más da? Lo tendré que pensar yo, al fin y al cabo. ¿Qué más te da? Mejor cállate, por favor.
- "Por favor" está bien

El viento levanta la arena y la porquería de la calle y me obliga a andar con los ojos cerrados. Elena sigue el resto del camino pensativa, sin decir nada, como si estuviera pensando en cuánto tiempo tarda exactamente un perro enfermo en morirse.

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